Yo tenía diecisiete años y Miguel dieciséis.
Fuimos a jugar a Barbastro con el Zaragoza juvenil contra el Barbastro, eran fiestas allí y les metimos once, me parece que fueron once a uno u once a cero.
Estábamos treinta tíos allí para jugar, igual que nosotros, para probar.
Jugamos hasta el descanso, yo no hice mi mejor partido, ni por asomo, pero Miguel sí, metió dos goles hasta el descanso.
Nos dijeron que ya nos avisarían y a mi, hasta el día de hoy no me han avisado, no creo que ya me avisen. Y ahí se quedó toda la historia.
Me acuerdo que nos subió mi cuñado Goyo con el seiscientos que tenía, a Miguel y a mi, jugamos el partido y a casa, y ahí se acabó la historia.
Jugaba de portero Manolo Tena.
La novia de Manolo, su señora hoy, se llama Pilar, y le dijo que no fuera a jugar que era su santo. Manuel vino a jugar.
Me acordaré siempre, estábamos en la puerta del Ayuntamiento, entonces el autobús salía de la puerta del Ayuntamiento, y le dijo Pilar a Manuel, ¡ojalá te metan nueve! Y quedamos nueve a uno.
Los porteros eran Tena y Ricart. Al descanso, el entrenador quitó a Tena y puso a Ricart.
Cuando volvíamos en el autobús, Ricart, que es más bueno que el pan, le dijo a Manuel: "el único consuelo que me queda es que a mi me han metido uno más que a ti".